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viernes, 14 de enero de 2011

DE DONDE VIENE EL NOMBRE DE RUTA DE CARLOS III

Despues de consultar con el ayuntamiento de Ecija sobre la Ruta de Carlos III me comentan los siguiente. Ahi lo teneis para vuestra culturizacion. No todo va a ser correr.

DE AQUÍ VIENE EL NOMBRE DE RUTA CARLOS III


La historia de la humanidad está llena de grandes migraciones, unas conocidas y otras no tanto. Entre estas últimas se encuentra la protagonizada, a partir de 1767, por unos 6.000 centroeuropeos que recorrieron más de 3.000 kilómetros a pie o viajaron en barco hasta Almería y Málaga para establecerse en nuevas poblaciones de Sierra Morena y Andalucía. Fueron atraídos por una operación de propaganda, realizada a instancia del rey Carlos III, que en nada desmerecería las actuales técnicas del marketing. Entre otros pueblos, estos colonos fundaron, en la provincia de Jaén, La Carolina, Montizón, Arquillos, Guarromán, Aldeaquemada, y Santa Elena; en la de Córdoba, La Carlota y Fuente Palmera; y en la de Sevilla, Cañada Rosal, Campillos y La Luisiana.

Había que crear en esa ruta nuevas poblaciones que sirvieran de cobijo a los viajeros. Para ello, el rey promulgó un fuero que otorgaba 56 fanegas de tierra a los colonos que aceptaran establecerse en aquellos pagos. La corona se comprometía a entregarles aperos de labranza, semillas, casa y protección, además de eximirlos de impuestos por 10 años. Tenían que ser católicos, labrar la tierra y enviar sus hijos a la escuela. La historia de España estrenó con ellos la enseñanza pública obligatoria.

El hecho de recurrir a campesinos y artesanos extranjeros se debió a la idea de que sirvieran de ejemplo de laboriosidad para los naturales del país. El reparto de parcelas trataba de sacar del abandono las enormes bolsas de campos baldíos existentes en Andalucía. De la propaganda se ocupó el bávaro Juan Gaspar de Thürriegel, que colgó pasquines en los principales puertos de Europa central convocando a una especie de paraíso de excelente clima donde abundaba la tierra fértil y el agua. El propio contratista elaboró un pasquín que proclamaba las bondades de la tierra ofrecida: "España es una tierra de clima tan feliz y una región tan bendecida del cielo que ni el calor ni el frío muestran en ella nunca sus filos".

Esa esperanza contrastaba con la dura realidad del Palatinado y que el propio Thürriegel se encargaba de recordar: "¿Qué personas reflexionarían largamente para dejar una patria donde carecen de toda fortuna o la poseen pequeña, donde suspiran en su pobreza en amargos sudores (...) y no pueden ganar lo necesario para una miserable alimentación corporal". Gaspar de Thürriegel recibió 326 reales por cada colono reclutado.

No vinieron en patera, sino a pie a lo largo de miles de kilómetros o en buques cargueros arribados a Almería y Málaga. Tampoco encontraron el clima "sin filos" ni la tierra feraz que les prometía la propaganda oficial. Las tierras estaban por desmontar, el agua escaseaba y tuvieron que acomodarse provisionalmente en tiendas de campaña del ejército y en barracones de madera. En ellas les sorprendió el rigor del verano de 1767, en el que los destinados a la comarca de Écija descubrieron que acababan de establecerse en la sartén de Andalucía. Las condiciones de vida eran tan extremas que cinco o seis años más tarde había muerto la mitad de los colonos. Una epidemia de paludismo ocurrida el primer año de su llegada segó la vida de más de 300 en Sierra Morena. La situación obligó a las autoridades a atraer nuevos cupos de colonos, esta vez procedentes de Valencia.

Rechazo de los lugareños La idea de traer colonos y repartirles tierras, arados y semillas no era mala, pero la ejecución del proyecto fue un desastre. Para colmo, las poblaciones ya existentes en esas comarcas respondieron como suelen hacerlo cada vez que se produce una llegada abundante de forasteros, con el rechazo visceral. Los terratenientes de Écija, principales perjudicados por el reparto de suertes (el poder de la época nacía de la posesión de la tierra) incitaron durante años la quemad e cosechas, los asesinatos y las violaciones. Las parcelas repartidas procedían de la expropiación de las tierras comunales. Écija cedió el 60% de sus suelos públicos. La violencia contra los forasteros adquirió tal virulencia que la Corona dictó una real orden en 1769 que imponía duras condenas, incluida la pena de muerte, para todo aquel que produjera daño a un colono, a su esposa o hijos o a sus pertenencias. Hubo varios ajusticiados por estos atentados, entre ellos un ecijano apodado Garrote




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